¿Quién es esta mujer que me tiene la vida de cabeza? Apenas la conozco, pero todas las noches se mete en mi cama, me hace y me deshace, y se duerme conmigo hasta la mañana siguiente. No deja que me levante ni a desayunar, la muy insaciable ¡Siempre quiere más de mí! Y este bendito orgullo de potro que me antecede y me fuerza siempre a complacer a cualquier fémina, se alía con ella para dejarme tirado en la cama… casi en coma. Después de interminables horas de delirio, largos ratos en los que la ilusión se confunde con la realidad, que sueño que estoy despierto y que despierto para seguir soñando. (Perdonen el cliché, les aseguro que es absolutamente necesario). Finalmente llega la calma, la tempestad ha pasado, ahora mi cuarto parece un barco que ha naufragado, semihundido a la deriva.
Aprovecho un momento de descuido de mi fatal amante. Mientras ella cambia los canales de la tele con la vista perdida en los píxeles de la pantalla, salto de la cama logrando esquivar sus garras, dulces uñas que me marcan la espalda, que comandan el vaivén de mi cadera en momentos de demencia corporal… que son otro instrumento más de mi triste perdición. Es tardísimo ya perdí toda la mañana. “La muy maldita siempre me seduce”, me digo mientras me asomo al espejo. Que débil soy ante ella, me detengo un instante ante mi reflejo y me percato de que solo queda un rastro del hombre que siempre soñé ser. Las marcas de las sabanas me desfiguran la cara como cicatrices que, aunque se que al rato no estarán, me queman como estigmas, como letras escarlatas. Estoy más flaco que nunca, aunque he gestado una panza de esas que solo pueden dar pena. Mi piel está decolorada por tantas horas sumergido entre sábanas y madrugadas. Ella siempre cierra las cortinas de mi ventana y apaga mi despertador mientras duermo. ¡La muy puta! Cuanto la odio, ya he perdido 4 trabajos por su culpa.
Entro en la ducha, agua fría para despertar al cuerpo y al alma. No me gusta para nada, pero es la única forma de borrarme el olor a ella, de desintoxicarme y comenzar de una vez el día descompuesto por mi tardío despertar. Pero no termino de mojarme la cabeza cuando ella entra en la ducha, siempre sedienta, con esa cara de ángel, con tantas ganas. No lo oculta me desea, me lo dice mientras me empuja contra la pared, pone sus manos en mis hombros y me obliga a sentarme en el piso frío, ahora quedo frente a frente con su sexo, el agua copiosa en mi cara dificulta la visión y la respiración, mi voluntad se ahoga conmigo. Ella se voltea dejando en evidencia su mejor arma, cuanta redondez cuanta firmeza. Abre el grifo que tiene la H de “Hot”, ella odia el agua fría tanto como yo, prefiere arder mientras se baña, sentirse arropada con los vapores. Sabe que con esto me tiene a su merced… mientras se contonea arqueando su espalda perfecta, hundiendo sus nalgas en mi cara… yo no hago más que repetir en mi mente… “¡La amo! Soy de ella, soy su esclavo... a mi diosa de la ducha y de sabanas laberínticas le doy mi vida”… éxtasis, placer, embriaguez, liberación y al final más cansancio…
Después de semejante experiencia no me queda más que ir a acostarme, no me quedan fuerzas. Mientras que voy cayendo dormido, semidesnudo, aún mojado, puedo ver como escribe en espejo del baño. “Vuelvo en la noche besos…”
La desidia es una mujer hermosa, es una puta de las caras… espero de corazón que si algún día la conocen… huyan de ella.
jueves, 27 de septiembre de 2007
martes, 25 de septiembre de 2007
lunes, 10 de septiembre de 2007
La Guerra de los Huecos
Esto comienza así: voy en mi carro, en una de tantas calles caraqueñas. Fuera de eternas horas pico. Un rally en momentos de poco tráfico esquivando carros, motos, transeúntes, objetos no identificados y los huecos que nunca pueden faltar. De hecho por ahí va la cosa... un hueco de estos tantos miles, es el que da inicio a mi historia, fantástica y casi irreal por aquello de los "momentos de poco tráfico" en esta ciudad multinombrada y caótica.
Faltan pocos minutos para llegar a mi edificio, acabo de dejar a la mujer más hermosa en su casa después de una increíble cena y un… aún más inolvidable postre (si entienden a que me refiero)… es cerca de media noche, y de repente, al dar vuelta en una esquina aparecen como una lluvia de asteroides cóncavos salidos de la vieja saga de Star Wars ante mi, un ataque de agujeros asesinos postrados en el pavimento, con sus fauces abiertas, hambrientas de goma de las llantas. Me espera mi fatal destino, es muy tarde para echar atrás y a decir verdad, ya por mucho tiempo he sido un cobarde. Fruncido el ceño, ojos entre cerrados (mirada de Clint Eastwood) ¡como les apetecen mis Good Year!
Rápidamente aprieto el acelerador, subo el volumen del radio reproductor, me ajusto el cinturón de seguridad, y como guerrero espartano, temerario y ávido de acción, voy al encuentro de los mencionados adversarios sinuosos. Pasan no más de dos cuadras para darme cuenta que estoy en infinita minoría ante semejante batallón. Mis maniobras con el timón… ¿dije timón? con el volante resultan insuficientes, mis reflejos… muy afinados a pesar de una noche relajada, de comida, vinos y sabanas enredadas, se ven mermados por las estrategias del enemigo, que ha situado a sus tropas en el campo de batalla de manera magistral. Nadie puede eludir semejante formación; la de los “guerreros huecos”. Apenas comienza la batalla y ya sufro mi primera baja. En un acto desesperado por evadir una alcantarilla sin tapa mi caucho derecho delantero cae sin más remedio en uno de los colosos, el impacto le duele tanto a él como a mi, siento que me vibra la cabeza, la mandíbula se me cierra de un trancazo y su dolor me duele a mi. Rápidamente bajo la velocidad y el volumen del equipo… para mi alivio, no siento ni el temblor en el volante que produce un soldado de hule caído, ni se oyen los terribles suspiros de un soldado cuando va exhalando sus últimos aires… solo su escudo se partió por la mitad y salió disparado. Alcanzo a ver la taza quebrantada rodando con un zarandeo propio de un borracho que va a parar irremediablemente en la acera. ¡Comandante, tenemos que tomar acción evasiva!... Grita el General Prudencia. Tiene razón, si sigo así iré directo a la derrota, a la luz intermitente y al gato hidráulico.
Pronto surge un cruce a mano derecha (estamos salvados), entro en una calle que para más alivio es más amplia e iluminada, la sensación de victoria honrosa me embarga. Ya ante mí solo quedan unos cuantos enemigos rezagados, y para su desgracia, no solo están iluminados por los faros de este nuevo campo de batalla, sino que también, las misteriosas criaturas sin rostro de la Alcaldía, unos seres que no se sabe si son ayuda o desgracia los han detectado, colocándolos en un círculo amarillo de pintura e identificándolos con un número (P.5) que no significa otra cosa que su sentencia de muerte… Pronto serán exterminados, sellados, tapiados por el asfalto.
No obstante, si este fuera el fin de mi historia, simplemente no sería digna de ser contada, aquí es donde la trama da un vuelco inesperado, y no precisamente por la irrupción de otro batallón impensado, o la ya trillada comparación de David y Goliat, al insertar al relato un Leviatán con estómago sin fondo de dimensiones mitológicas dispuesto a devorar al Caballo de Troya con todo mi régimen incluido… ¡No! Eso tampoco sería digno de narrar.
Mi historia se torna interesante a continuación cuando, embriagado de triunfo, relajo mis sentidos y sigo avanzando a mi casa como el rey que vuelve a su feudo después de las cruzadas. Me distraigo un momento y dirijo mi atención a uno de estos agujeros enjaulados, cercado por el círculo amarillo. Noto que se acerca a mi solo porque yo avanzo a él, casi inofensivo por el hecho de ser identificado y etiquetado con colores brillantes, observo que a sus dos costados hay dos franjas que parten desde el círculo amarillo que lo rodea. No es más que el efecto que hicieron los cauchos de otros conductores, que al pasar por la raya amarilla con pintura aún fresca arrastraron unos cuantos metros el tinte. Pero lo que me llama la atención es que las dos franjas se unen en un punto, me detengo, y en ese momento ¡me llega! Mi revelación… a pesar de que yo nunca haya creído en iluminaciones celestiales, epifanías, momentos de divinos mensajes, contundentes verdades que se revelan por medio de señales… ¡bah!
Pero ahí estaba, la unión de esos dos vectores amarillos que partían de ambos lados del agujero abatido y creaban una flecha, un camino a seguir, un punto de partida que me indicaba que dirección tomar para continuar mi lucha, lo sabía, mi destino era combatir a las oscuras fuerzas de erosión que producen al temible hueco de la calle. Saldría de caracas, atravesaría montañas, mares, pisaría nuevos continentes, me llenaría de gloria al enfrentar a cuanto desconocido agujero hambriento osara toparse con mi leyenda. Me olvidaría de mi gente, de mi bella, de mi castillo, de mi Caballo de Troya, pasaría por fin a la inmortalidad, años de travesía, aventuras incontables, las canciones y poemas con mi nombre, rivales legendarios, las mujeres, las riquezas, el vino!... ¡la eternidad!...
Blip… … Blip… … Blip… … Blip… … Blip… …
Siempre dije que mi imaginación me iba a terminar matando, nunca más vuelvo a soñar despierto, ¡lo juro!
Cuando desperté el doctor de la sala de emergencias me contó que la señora que me atropelló no pudo reaccionar a tiempo; que al cruzar por la calle que la lleva a su casa vio a una persona parada hablándole a un hueco, con la mirada perdida y sonriendo como loco, con su carro estacionado en medio de la calle en dirección contraria. No pudo frenar a tiempo y las piernas quedaron emparedadas entre las trompas de ambos carros.
Pasarán 3 meses hasta que vuelva a caminar, pero lo juro, no vuelvo a soñar despierto mientras manejo.
Faltan pocos minutos para llegar a mi edificio, acabo de dejar a la mujer más hermosa en su casa después de una increíble cena y un… aún más inolvidable postre (si entienden a que me refiero)… es cerca de media noche, y de repente, al dar vuelta en una esquina aparecen como una lluvia de asteroides cóncavos salidos de la vieja saga de Star Wars ante mi, un ataque de agujeros asesinos postrados en el pavimento, con sus fauces abiertas, hambrientas de goma de las llantas. Me espera mi fatal destino, es muy tarde para echar atrás y a decir verdad, ya por mucho tiempo he sido un cobarde. Fruncido el ceño, ojos entre cerrados (mirada de Clint Eastwood) ¡como les apetecen mis Good Year!
Rápidamente aprieto el acelerador, subo el volumen del radio reproductor, me ajusto el cinturón de seguridad, y como guerrero espartano, temerario y ávido de acción, voy al encuentro de los mencionados adversarios sinuosos. Pasan no más de dos cuadras para darme cuenta que estoy en infinita minoría ante semejante batallón. Mis maniobras con el timón… ¿dije timón? con el volante resultan insuficientes, mis reflejos… muy afinados a pesar de una noche relajada, de comida, vinos y sabanas enredadas, se ven mermados por las estrategias del enemigo, que ha situado a sus tropas en el campo de batalla de manera magistral. Nadie puede eludir semejante formación; la de los “guerreros huecos”. Apenas comienza la batalla y ya sufro mi primera baja. En un acto desesperado por evadir una alcantarilla sin tapa mi caucho derecho delantero cae sin más remedio en uno de los colosos, el impacto le duele tanto a él como a mi, siento que me vibra la cabeza, la mandíbula se me cierra de un trancazo y su dolor me duele a mi. Rápidamente bajo la velocidad y el volumen del equipo… para mi alivio, no siento ni el temblor en el volante que produce un soldado de hule caído, ni se oyen los terribles suspiros de un soldado cuando va exhalando sus últimos aires… solo su escudo se partió por la mitad y salió disparado. Alcanzo a ver la taza quebrantada rodando con un zarandeo propio de un borracho que va a parar irremediablemente en la acera. ¡Comandante, tenemos que tomar acción evasiva!... Grita el General Prudencia. Tiene razón, si sigo así iré directo a la derrota, a la luz intermitente y al gato hidráulico.
Pronto surge un cruce a mano derecha (estamos salvados), entro en una calle que para más alivio es más amplia e iluminada, la sensación de victoria honrosa me embarga. Ya ante mí solo quedan unos cuantos enemigos rezagados, y para su desgracia, no solo están iluminados por los faros de este nuevo campo de batalla, sino que también, las misteriosas criaturas sin rostro de la Alcaldía, unos seres que no se sabe si son ayuda o desgracia los han detectado, colocándolos en un círculo amarillo de pintura e identificándolos con un número (P.5) que no significa otra cosa que su sentencia de muerte… Pronto serán exterminados, sellados, tapiados por el asfalto.
No obstante, si este fuera el fin de mi historia, simplemente no sería digna de ser contada, aquí es donde la trama da un vuelco inesperado, y no precisamente por la irrupción de otro batallón impensado, o la ya trillada comparación de David y Goliat, al insertar al relato un Leviatán con estómago sin fondo de dimensiones mitológicas dispuesto a devorar al Caballo de Troya con todo mi régimen incluido… ¡No! Eso tampoco sería digno de narrar.
Mi historia se torna interesante a continuación cuando, embriagado de triunfo, relajo mis sentidos y sigo avanzando a mi casa como el rey que vuelve a su feudo después de las cruzadas. Me distraigo un momento y dirijo mi atención a uno de estos agujeros enjaulados, cercado por el círculo amarillo. Noto que se acerca a mi solo porque yo avanzo a él, casi inofensivo por el hecho de ser identificado y etiquetado con colores brillantes, observo que a sus dos costados hay dos franjas que parten desde el círculo amarillo que lo rodea. No es más que el efecto que hicieron los cauchos de otros conductores, que al pasar por la raya amarilla con pintura aún fresca arrastraron unos cuantos metros el tinte. Pero lo que me llama la atención es que las dos franjas se unen en un punto, me detengo, y en ese momento ¡me llega! Mi revelación… a pesar de que yo nunca haya creído en iluminaciones celestiales, epifanías, momentos de divinos mensajes, contundentes verdades que se revelan por medio de señales… ¡bah!
Pero ahí estaba, la unión de esos dos vectores amarillos que partían de ambos lados del agujero abatido y creaban una flecha, un camino a seguir, un punto de partida que me indicaba que dirección tomar para continuar mi lucha, lo sabía, mi destino era combatir a las oscuras fuerzas de erosión que producen al temible hueco de la calle. Saldría de caracas, atravesaría montañas, mares, pisaría nuevos continentes, me llenaría de gloria al enfrentar a cuanto desconocido agujero hambriento osara toparse con mi leyenda. Me olvidaría de mi gente, de mi bella, de mi castillo, de mi Caballo de Troya, pasaría por fin a la inmortalidad, años de travesía, aventuras incontables, las canciones y poemas con mi nombre, rivales legendarios, las mujeres, las riquezas, el vino!... ¡la eternidad!...
Blip… … Blip… … Blip… … Blip… … Blip… …
Siempre dije que mi imaginación me iba a terminar matando, nunca más vuelvo a soñar despierto, ¡lo juro!
Cuando desperté el doctor de la sala de emergencias me contó que la señora que me atropelló no pudo reaccionar a tiempo; que al cruzar por la calle que la lleva a su casa vio a una persona parada hablándole a un hueco, con la mirada perdida y sonriendo como loco, con su carro estacionado en medio de la calle en dirección contraria. No pudo frenar a tiempo y las piernas quedaron emparedadas entre las trompas de ambos carros.
Pasarán 3 meses hasta que vuelva a caminar, pero lo juro, no vuelvo a soñar despierto mientras manejo.
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