jueves, 29 de marzo de 2012

Así que...


Tuve que ponerme a escribir, quería gritar pero no tenía a quien, solo contaba con una ventana con vista a una ciudad de noche, apagada y llorona, a unas luces agudas y una sirena constante, una noche de miedo sin brisa, con grilletes en vez de grillitos.

Así que tuve que ponerme a escribir, quería pelearme con mis amigos, desahogar mi instinto, quería ponerle colores y una manopla a mi indignación, pero no lograría tumbarle los dientes al agresor inalcanzable.

Así que tuve que ponerme a escribir y sentirme el Hemingway de papel cartón que nunca he sido. Tuve que tomarme una cerveza imaginaria y de las más frías para conseguir inspiración y calma, calma e inspiración, inspirar desde el alma. Nada servía.

Así que tuve que ponerme a escribir, para mi hijo que no ha nacido, y que en este momento no se si quiero que algún día venga a un mundo a que gatee entre vidrios rotos. Les escribiría a mis sobrinos que son toda mi esperanza y les diría que huyeran a las grapas de un libro. Pero extrañarlos me mataría.

Así que tuve que ponerme a escribir, tratar de llegarles a mis colegas y amigos de los medios pasarles una antorcha de verdad y orgullo herido. Nalguear a los dormidos para que espabilaran a la realidad (hoy me rima con calamidad) voltear la tortilla corporativa y poner a los poderosos a quemar sus culos en la sartén que quema el mío.

Así que tuve que ponerme a escribir, pero las manos me temblaban y el fuego se me salía por los dedos, para decirles a todos que si seguimos en este plan tendremos que ponerle vaselina a nuestros sueños y metérnoslo por donde mejor nos quepa.

Así que tuve que ponerme a escribir mientras veía por la ventana a esta ciudad con cara de ruleta rusa. Confusa. Obtusa.